Un tipo enorme

Carlos Gurpegui no pasará a la historia del fútbol. Y sin embargo, los suyos no olvidarán a un tipo enorme.

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Su carrera ha sido una serie constante de pruebas de tenacidad y fortaleza. Y el 18 ha ido superando una tras otra. Aterrizó en la élite como mediapunta físico, de los que ya no tienen hueco, y empezó con llegada y gol. Pero apenas en sus primeros pasos, llegó el mazazo. Positivo por norandrosterona-19. Y el comienzo de un largo via crucis.

Gurpegui aceptó pagar el pato. En un mundo y una época en los que el asunto del dopaje apestaba (si es que ha dejado de hacerlo) y nadie parecía enterarse de nada, un chaval recién debutado se convirtió (junto a Giovanella) en el chivo expiatorio. En el pagano de la lección ejemplarizante. Las mismas autoridades deportivas que corrieron a defender la inocencia de una estrella como Guardiola se ensañaron con el de Andosilla. Esa fue la gran injusticia. Porque el último culpable de aquello fue él. Y pagó por demasiados pecadores a la vez.

El sambenito le ha perseguido desde entonces. Los insultos y desprecio de las aficiones rivales, ante los que tampoco ha encontrado la protección del inquisidor Tebas. Y sobre todo, una imagen fea de la que apenas ha conseguido limpiarse fuera de Bilbao. La temporada pasada, periodistas de una de esas cadenas que solo se interesan por el Athletic cuando juega contra el Madrid, el Barça o el Atlético comentaban sorprendidos, como si fuera una exclusiva, que habían descubierto que Gurpegui era un gran tipo. Que era de los más queridos por su afición, compañeros y por cualquiera que se hubiera preocupado por conocerlo.

Porque así es. Y qué afición mejor que la rojiblanca para apreciar las virtudes de un futbolista que se ha partido la cara literalmente tantas veces por su equipo. Que no ha escatimado una gota de sudor ni un gramo de esfuerzo y que ha sacrificado su propia fama para defender el nombre del Athletic.

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Pero no solo es un buen tío con una entrega más allá de lo profesional. Ha sido, pese a que su rendimiento haya flojeado en los últimos años, un futbolista notable. La sanción de dos temporadas pudo haber truncado la carrera de cualquiera, pero no la de Carlos. Cuando se conoció el castigo, fue él quien levantó los ánimos a sus familiares. Y se propuso volver mejor que nunca.

Reconvertido a medio defensivo, y luego a central, ha dado mucho al Athletic de la última década. No es ningún genio, y sin embargo, ojalá siempre hubiera 2 o 3 Gurpeguis en el once. Bielsa dijo que fue el mejor jugador del equipo en su segunda temporada. Y no habrá uno solo de sus técnicos que no alabe sus prestaciones sobre el campo, y su labor de vestuario. Esa que le llevó a poner en su sitio a algún gallito de los que se dieron a la fuga.

Porque si hay algo más alejado de los futbolistas “que venden”, de las vedettes del balón y del Instagram, ése es Carlos Gurpegui. Lo que da una medida de los valores que dominan el fútbol. Su marcha, un año después que Iraola, deja al Athletic un tanto huérfano de espejos para los cachorros. Aunque gente como De Marcos o San José parecen cada vez más preparados para tomar el testigo.

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Carlos se va con la alegría de haber levantado la Supercopa, y la tristeza de no haber hecho lo mismo con la Copa, o la Europa League. Con la nariz partida tres veces, y la rodilla otras tantas. Y con el orgullo de haberlo dado absolutamente todo.

Carlos Gurpegui no pasará a la historia del fútbol. Y sin embargo, los suyos no olvidarán a un tipo enorme.


Contra el Celta, San Mamés rindió homenaje al segundo premiado con el premio OneClubMan, una gran iniciativa que pone a los rojiblancos en el mapa y difunde su filosofía.

Paolo Maldini, Il Capitano del AC Milan y de la selección italiana, recibió el reconocimiento del Athletic por su fidelidad al conjunto rossonero. Sin restar méritos al premiado, la carrera de Paolo Maldini (hijo de otro gigante de la historia del fútbol) y su permanencia en un equipo no han sido tan complicadas. Haber conseguido siete ligas y cinco (¡cinco!Copas de Europa demuestra que no era una opción tan difícil la de seguir en Milan.

Siempre es de aplaudir la lealtad. Pero, sobre todo, cuando esta tiene un precio. El de renunciar a los títulos (LeTissier, Guerrero, Etxeberria…) o el de dejarse el alma y el buen nombre las veces que haga falta por tu club. Como Il Capitano Carlos Gurpegui.

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Y nosotros, ¿qué?

Por SANTI ECHEVARRÍA

 

Tal vez no exista peor delito que traicionarse a uno mismo. Lo explicó muy bien, sin pretenderlo,  Howard Kendall, al recordar una confidencia de Sammy Lee.

And San Mames was special, without a shadow of a doubt. I remember Sammy Lee played against Athletic Club with Liverpool and he said it was the best football stadium he had ever played in. We’re not talking about magnificent stadiums like the Bernabeu or the Nou Camp. We’re talking about an atmosphere, about a proper football ground.
Y San Mamés era especial, sin ningún género de duda. Recuerdo que Sammy Lee se enfrentó al Athletic Club con el Liverpool y dijo que era el mejor estadio de fútbol en el que jamás había jugado. No hablamos de magníficos estadios como el Bernabéu o el Camp Nou. Hablamos de un ambiente, una atmósfera, de un verdadero campo de fútbol.


“A proper football ground!” coincidieron entusiasmados estos dos gentlemen del balompié británico. Mr. Lee recordando la eliminatoria de la Copa de Europa de 1983, y Mr. Kendall reviviendo aquellas lágrimas de 1989.

A proper football ground es lo que fue San Mamés, por lo menos hasta el jueves 26 de abril de 2012, última noche de liturgia en La Catedral hasta la fecha.

 

Y lo que tenemos ahora es un magnificent stadium con todos sus excelentes adelantos, sus confortables asientos, su megafonía estridente, sus suntuosos palcos vacíos, sus nosecuántas estrellas FIFA y sus LED que centellean colorines cuando marcamos un gol.

Pienso en todo este derroche de glamour, todavía aturdido por un conato de crisis de identidad tras el partido del jueves pasado contra el Sevilla.

A partir de las diez y cuarto de la noche se obró en el nuevo estadio un silencio luctuoso. Nos empataron el partido de forma cruel, de acuerdo, aquel gol fue una puñalada. Pero quedaban cuarenta minutos de football por delante. Cuarenta minutos de competición europea, tal vez los últimos del año en Bilbao.

Cuarenta minutos para partirse el alma y empujar al equipo a pasar la eliminatoria, como hicimos aquel inolvidable día de abril de 2012. El Sporting de Portugal también nos empató el partido en el minuto 43, pero les remontamos con otros dos goles antes del pitido final, en plena catarsis de fervor colectiva por cuanto significa para todos nosotros esa forma particular de entender el deporte y de entender la vida, expresada en el Athletic Club cada vez que el equipo salta al césped.

Pero los cuarenta minutos de indolencia del jueves pasado son realmente vergonzantes. No me refiero a los del equipo, sino a los nuestros: fuimos incapaces de apoyar a nuestro club cuando más lo necesitaba. Nadie ha explicado esto último mejor que Marcelo Bielsa:

Yo vengo de un país muy “exitista” donde el apoyo y el festejo se multiplican cuando el equipo mejor juega. Siempre me admiró que San Mamés reconociera los momentos de debilidad de su propio equipo, y de que la mayor expresión de aliento fuera para… esa sensación de que te dan la mano para que no te caigas, para que no te ahogues. Una sensación que da mucha seguridad a quienes están compitiendo. Es el mensaje que más voy a recordar. Un estadio que es, no por sí mismo, sino por quiénes lo ocupan.


Se refería, por supuesto, al proper football ground y no al magnificent stadium.

¿Cómo le explicamos ahora a Marcelo lo que pasó el jueves en la grada?

Y nosotros, ¿qué?

Porque ahora parece que San Mamés sólo alza la voz para quejarse cuando llueve. Ahora, fíjate, pretendemos ver football en Bilbao sin mojarnos…

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El 6 de marzo de 1949 ganamos 2-0 al Barcelona con goles de Zarra y Venancio.

Pero lo cierto es que esa lluvia racheada entrando por ingenieros ha sido siempre una herramienta más de nuestro juego. Cómo olvidar, por ejemplo, aquel box to box contra el Barcelona en la tarde en que San Mamés consagró por fin su fe a la doctrina Bielsa.

Qué partido aquél, por citar sólo uno de tantos chaparrones en los que todos nos calamos hasta los huesos del mejor football y terminamos por la noche sin garganta de pura emoción. Y ahora parece que queremos renegar para siempre de uno de los rasgos más elementales de nuestra cancha y nuestro carácter.

 


 

Si somos precisamente hijos de la lluvia. Hijos del comercio victoriano, de la audacia del capital, de la mano de obra asfixiada, de la campa de los ingleses. Somos hijos de las minas y del hierro. Del Arriaga y del Carlton. De la industria pesada y del ferrocarril. Del siglo XIX. Hijos de la cultura del romanticismo. De la mugre de la ría, del astillero oxidado, de los humos de altos hornos. Somos hijos de ingenieros, de obreros, de navieros, de migrantes, de banqueros, de aldeanos, de villanos.

Ni la identidad del Athletic Club ni la de la ciudad de Bilbao pueden explicarse sin todo lo anterior.

 

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O tal vez sí. Quizá las cosas hayan cambiado para siempre.

Porque nuestros hijos  serán si  es que nosotros no lo somos ya los hijos del Guggenheim y de los fosteritos. Hijos del Domine y de la alhóndiga de Stark. De los cruceros en Getxo y las estrellas michelín. De Calatrava y sus cositas. De la Gran Vía peatonal.  Y está muy bien, muy bonito, pero ya es otra cosa. Nuevos iconos, se entiende, para nuevos tiempos y nuevos desempeños. El nuevo estadio sólo puede explicarse dentro de esta lógica de transformación de Bilbao y del Athletic Club.

Y de ahí nace ese  conato de crisis de identidad tras el partido del jueves pasado, que me aturde mientras pienso todo esto.

Mientas echo mucho de menos el proper football ground que conocieron Howard Kendall y Sammy Lee en los ochenta.

 

 

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«A proper football ground»

No me entiendas mal. No pretendo encarnar a un nostálgico trasnochado. Somos hijos del tiempo que nos ha tocado vivir, y hemos de celebrarlo y pelear por nuestro ahora. No quiero volver al Bilbao oscuro, inundado y yonki del 83. Porque yo mismo, lo confieso, aplaudí el nuevo estadio, una vez estuvo terminado. “¡Campazo, eh!”, nos decíamos todos…

Pero superado ese deslumbramiento infantil de inaugurarlo, agotado ya ese placer intenso pero efímero de estrenar algo nuevo, cerrada ya esa boca abierta en aquella noche de verano frente al Nápoles, ya sólo me queda una amarga melancolía por aquel pasto verde de 1913 que aprendimos a amar desde cachorros, agarrados a la mano de aita o de papá, trepando la escalera de hormigón, y asomándonos con devoción verdadera a la hierba empapada de San Mamés.

Y queda también la conciencia dolorosa de que hemos sido nosotros mismos, en una borrachera de bilbainada, quienes hemos echado abajo nuestro proper football ground para levantar un magnificent stadium, que ahora somos incapaces de llenar. Ni siquiera en las noches de precepto.

Y queda la impresión de que, precisamente una institución que se fundamenta sobre criterios de identidad, se ha arrojado una durísima piedra contra su tejado más sensible.

 

Partido de despedida de San Mamés

EFE/Alfredo Aldai

Pero existe un resorte al que agarrarse para resucitar el espíritu de La Catedral: en Santa María de Lezama esencia de lo que somos y seremos los cachorros custodian ahora un pedazo de hierro viejo y encorvado, que aún nos evoca a todos el Athletic triunfante.

Ese arco a contraluz de las noches de football nos recuerda que todo es posible. Que lo hemos hecho y que lo estamos haciendo, que somos protagonistas del relato más delirante de la historia de los hombres que pateaban un balón: el de los once aldeanos en calzones disputándole una pelota de cuero a Di Stéfano y a Bobby Charlton, después a Cruyff y a Dino Zoff, más tarde a Schuster y a Maradona, y ahora a Wayne Rooney y a Lionel Messi, y en adelante los que estén por venir.

Porque somos hijos de una sensibilidad determinada para observar la naturaleza del deporte, magistralmente explicada por Álvaro Alonso cuando recuerda el campeonato de Wimbledon de 1921:

En aquellos orígenes del deporte moderno, Inglaterra estaba entregando a la civilización una de sus mejores herencias: el fair play, esa secreta combinación de lucha y amistad. Para ellos la victoria era mucho más que un resultado favorable: era un modo elegante de estar en la cancha, de lograr ese resultado con medios proporcionados, de vencerse a uno mismo con honor. Y cuando esto sucedía, ambos rivales podían mirarse mutuamente con la victoria en los ojos; solo uno había “ganado”, pero los dos habían “vencido”, porque el deporte no es otra cosa que el viejo instinto de la lucha transformado en nuevo afán de superación.

 

Aquel verano de 1921, por supuesto, el Athletic Club fue campeón, al ganar por cuatro goles a uno en San Mamés frente al Atlético de Madrid.

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… pero esta foto de Mr. Pentland dirigiendo a los rojiblancos es tras ganar el campeonato de 1933 al Real Madrid (2-1), en Barcelona.

Asterix contra los romanos. David contra Goliath. El Quijote y sus molinos. Llámalo como quieras. Pero no olvides la abismal diferencia que existe entre esos tres relatos y el nuestro.

Aquellos son ficticios. El nuestro es real.

Y tenemos el privilegio de reescribirlo en cada partido. De nosotros, de nuestro carácter, de nuestra identidad, depende todo.

Piensa en ello cuando vuelvas a San Mamés.

Imagina que el arco sigue ahí.

Y alienta a tu equipo.

 

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A volar de nuevo

Spain Soccer Europa LeagueEra un día grande. Se notaba desde primera hora, en el frío, en la lluvia y sobre todo en el color. No en el gris plomizo del cielo, que también, sino en el rojo y el blanco que decoraban cada ventana, cada balcón y cada portal.

Por la mañana, los niños esperaban al autobús del colegio con la camiseta del Athletic por encima del abrigo. Los ejecutivos se bajaban de los taxis con una bufanda rojiblanca asomando por debajo de la gabardina. A mediodía, en Pozas ya no cabía un alma y a las seis de la tarde, la ciudad se paralizó. Una marea humana acompañó a los leones desde Moyua hasta la catedral. Desde todas las ventanas, los notarios, los diseñadores gráficos, los informáticos o las amas de casa se asomaban a jalear a sus héroes.

Aquel día, el favorito era el Sevilla. Había ganado dos UEFAs y una Copa del Rey en los años anteriores, era un fijo en Champions y volvería a ganar una Copa al año siguiente. Y para colmo, traía un 2-1 de la ida. El Athletic y su afición, en cambio, aún no se habían recuperado del drama de dos años al borde del abismo. Por increíble que parezca, el pesimismo había echado raíces en los corazones bilbainos. Por eso los pronósticos iban del “va a estar muy complicado” al “nos van a pasar por encima”.

Pero por alguna razón, la mecha de la ilusión había prendido, y amenazaba con incendiar Bizkaia. A medida que avanzaba el día y mayores y jóvenes se iban reencontrando con la épica y la estética de los viejos momentos de gloria (unos los habían vivido, otros los habían oído contar) la fe crecía. Todo el mundo sintió que tenía la oportunidad de ser partícipe de una nueva página brillante de una historia centenaria. Y sobre todo, fluía esa sensación de armonía y unidad que en esta tierra solo provoca el Athletic. El jefe y el subordinado, el profesor y el alumno, el fiscal y el abogado defensor. Ese día, todos compartían nervios e ilusión. Proliferaban las miradas cómplices, los guiños y los “esta noche… ¡a ver!”.

Y cuando llegó la hora, tanta energía no pudo sino entrar en combustión. Los 40.000 afortunados que entraron en San Mamés no dejaron de empujar ni un momento. Cuando la grada silbaba, no se oían ni los pitidos del árbitro. Cuando la afición cantaba, se escuchaba desde el Euskalduna. Porque cuando La Catedral empuja de verdad, el Athletic no juega con 11, ni con 12. El Athletic vuela.

Este jueves, el pájaro vuelve a tener la oportunidad de volar muy alto. Y todos, la de soplar con él para sostenerlo. De volver a sentir todo lo que conlleva ser de este equipo. De volver a sentir a flor de piel qué es el Athletic.

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No hay más preguntas, señoría

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Manual del demagogo

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Por Juan Torres Ruiz, Cala

Lección 1. Preséntate como un incomprendido justiciero adalid del respeto y la educación

«Desde el respeto» es la frase clave. Es la fórmula que te da carta blanca para decir cualquier cosa. Porque vendes la idea de que no hablas por resentimiento, enfado o mal perder, sino que solo eres un educado y bienintencionado individuo que buscas únicamente el bien de la sociedad (o del fútbol).»Como compañero de profesión y por el bien del fútbol…«

Por eso, no dudes en reconocerle méritos al objeto de tus ataques ni en demostrar las maneras más exquisitas. A continuación solo tienes que pasar de la frase clave a la palabra clave, y empezar a tirar con bala. Esa palabra es «pero», como veremos en las siguientes lecciones. «Felicito al Athletic, pero…», «Aduriz es un gran delantero, pero…». Nunca falla.

Lección 2. Critica en los demás lo que tú no dudas en hacer

«No se puede (…) por ponerle la mano en el pecho fingir Aduriz que ha sido agredido para buscar la expulsión«. Ataca al rival por aquellas cosas que tú haces y desvía así la atención. Muchos pensarán que no puedes ser tan hipócrita, y eso te librará de la sospecha. Carga contra Aduriz por fingir (sin olvidar tu papel de justiciero, como hemos aprendido en la lección 1: «eso también son códigos de futbolistas«), pero luego, cuando saltes con él en una jugada en la que no haya contacto, tírate al suelo con la mano en la cara. Aduriz finge, le dijo la sartén al cazo. Es importante evitar que queden pruebas que te dejen en evidencia.

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Lección 3. Acusa a lo grande, no entres en detalles. Tira la piedra y esconde la mano.

«No se puede provocar constantemente durante 90 minutos corriendo cerca tuya [sic])». ¿Qué mas da si no hay nada realmente grave que contar? ¿Qué importa si la provocación se limita a algo tan terrible  como que alguien se pase 90 minutos «corriendo cerca tuya«?

Lo dicho: tú lanza la piedra, que ya lo has soltado y el daño ya esta hecho. ¿A quién le importan en qué consiste la provocación? Además, si das detalles, los atacados podrían negarlo, o la gente podría pensar que tu acusación no es para tanto, así que ahórratelo.

En estos casos es muy útil la fórmula «es algo tan terrible que no lo diré, hay límites que no se sobrepasan«. Así nadie puede discutir si lo que te han dicho es horrible o no, y todos darán por hecho que lo es. Y los atacados no podrán defenderse de ninguna manera.

Es un clásico de la ciencia de la demagogia: tira la piedra y esconde la mano. De nuevo la palabra clave, pero. «No voy a hablar de lo que pasa en el campo porque se queda en el campo, pero diré que hoy en el campo me han dicho cosas muy feas, que por supuesto no repetiré aquí porque se quedan en el campo». Una vez superada esta lección, ya te puedes considerar un maestro de la demagogia.

Lección 4. O, mejor todavía, limítate a insinuar y aprovecha para quedar bien

«No voy a hablar de los árbitros, pero«. Con esto ya lo dices todo. Una queja de lo más elegante. Y mucho más efectiva. No importa que te hayan perdonado un penalti clarísimo sobre una de las dianas de tus críticas (ver foto de la lección 2) o que dentro del área tu portero le haya soltado un codazo en su maltrecha nariz a la otra, cuando iba a rematar a cara descubierta. De hecho, esa es la clave: como decíamos en la lección anterior, si discutieras los detalles, puedes salir perdiendo. Con la insinuación, solo puedes ganar. Y además quedas bien. Un chollo.

Lección 5. Un poco de victimismo nunca viene mal

«Respeto al Getafe». No lo olvides: eres un quijotesco defensor de las causas perdidas, un desfacedor de entuertos que sufres el abuso de los poderosos. Haz que todos te vean como tal. Siempre suma.

NOTA DEL EDITOR: Aduriz no es una hermanita de la Caridad. Aquí mismo se ha censurado su empeño en buscar la bronca. Es un hecho que es un auténtico coñazo para árbitros y defensas rivales. Pero no es menos cierto que lleva años sufriendo la ley de la jungla que impera en las áreas, ese territorio sin ley donde hay tanto en juego. Y nunca ha sido el más duro, ni mucho menos el más zorro en las malas artes, como se puede ver en los vídeos más abajo. Simplemente, se ha adaptado al medio. Lo que no quiere decir que esté bien. Pero hace sospechar que nunca hayas criticado nada parecido. Y sobre Gurpegui, no hay más que pedir referencias. 

Así que enhorabuena, Cala. Ya tienes tu momento de gloria, y encima material para un libro, cortesía de la casa. Para muchos serás un héroe hasta que algún megacrack se cambie el corte de pelo. Y seguro que has conseguido hacer algo de daño. Espero que a partir de ahora tú y todos tus compañeros seáis un ejemplo de deportividad absoluta dentro y fuera del campo. Porque si no, alguien podría pensar que eres un hipócrita. Siempre desde el respeto, ¿eh?

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El verdadero Athletic

El martes por la noche, mientras los utilleros preparaban en Lezama el material para viajar a Barcelona, alguien que rebuscaba por un viejo arcón lo encontró. Allí estaba. Algo viejo, quizá un poco apolillado, pero con la misma grandiosidad de siempre. Cuando nadie miraba, cuando ya pocos lo esperaban, lo colocó en las maletas del equipo, entre las equipaciones de los jugadores.

Era la ropa de las grandes ocasiones. Esa que pasó de generación en generación, de Pichichi a Zarra y Gainza y después a Carmelo, Iribar, Rojo o Dani, hasta que, poco a poco, la modernidad la hizo parecer pasada de moda, hasta que algunos empezaron a decir que los rojiblancos se veían ridículos con ella puesta: era el traje de equipo grande.

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Enfundados en el uniforme de su historia, los de Valverde comparecieron en el Camp Nou con la determinación de tratar al mejor equipo del mundo de tú a tú en su propia casa. Y lo hicieron. Los rojiblancos fueron realmente leones, con una primera parte atrevida, incluso temeraria, en la que desarbolaron por completo a los culés y solo la falta de costumbre (Aduriz, Eraso y Susaeta no están acostumbrados a tener ocasiones tan claras en un terreno tan hostil) impidió una renta mayor. Al Barça le faltaba Busquets, repetían machaconamente en Canal+. Y al Athletic le faltaban De Marcos, Raúl García, Beñat, Etxeita… Pero ayer, repentinamente conscientes de una leyenda casi olvidada, los rojiblancos no buscaron excusas en ningún momento. Tampoco las buscaremos aquí.

Los jugadores deberían grabarse a fuego que lo que ofrecieron ayer en Barcelona es exactamente lo (único) que les pide su afición: una ambición sin límites antes y durante el partido. La hinchada es consciente de las limitaciones competitivas de su equipo y, por eso, comprensiva hasta cotas insospechadas. Pero la comprensión es para después de los encuentros. Hasta el pitido final, San Mamés quiere unas ganas de ganar como las de ayer. Donde sea y ante quien sea. Ni más, ni menos. Quiere ver al verdadero Athletic.

“Ustedes han decepcionado a un pueblo, muchachos…” les decía Bielsa a los rojiblancos tras perder 3-0 la final de Copa en el Calderón. “Pero ténganlo claro, no hacía falta ganar para no decepcionar”. Efectivamente. Ayer, el Athletic no decepcionó. Ayer, el Athletic no vaciló ni por la entidad del rival ni por el resultado de la ida e hizo que su autoimpuesta filosofía se convirtiera en un acicate para la heroica y no en una excusa para el conformismo.

galeria104071Porque de los 14 jugadores que pusieron contra las cuerdas al mejor equipo del mundo, ese que tiene la mejor delantera de la historia, 13 habían pasado por Lezama antes de debutar con el primer equipo. De media, cada uno pasó casi seis años en la cantera antes de enfundarse la rojiblanca. La mitad llevaba desde alevines en el Athletic o en alguno de los clubes de Bizkaia. Y aun así, se permitieron enfrentarse a un equipo con Neymar, Suárez, Alves, Mascherano, Rakitic o Mathieu como si fuera un igual. Lo que, dejando a un lado las trampas al solitario que nos hagamos, es un gran motivo de orgullo. Harrobiaz harro.

Mucha gente opina que irse a la cama con una sonrisa orgullosa después de caer derrotado es de perdedores. No sé si lo dicen pensando en los negocios o en la competición. Tampoco qué deportes practican, o en qué torneos participan. Lo único que sé decirte de ellos es que —estoy seguro— no son del Athletic.

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Lee la última entrada del blog:
El manual del demagogo
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Lee otras entradas antiguas:
Las alas rojiblancas
De fugas, amor a los colores y coherencia
El estilo Andoni
El zorro inmortal
A volar

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El zorro inmortal

turritopsisLa Turritopsis nutricola es una medusa de la familia de las Oceanidae que es capaz de mantener su eterna juventud gracias a un mecanismo con el que consigue modificar sus células, haciéndolas volver a su estado inicial. El fenómeno, conocido como transdiferenciación, permite a la medusa regenerarse por completo una y otra vez, al parecer de manera infinita, lo que la convierte, en la práctica, en un ser inmortal.

Entre la fauna de San Mamés no se han visto muchas medusas. En la pradera bilbaína habitan, sobre todo, leones, con alguna rareza como una pantera rosa. Pero la especie predominante en los últimos tiempos es el zorro. Uno de Donosti, para más señas, que tras abandonar su hogar hasta en tres ocasiones, siempre ha acabado regresando a cazar en los alrededores de La Catedral.

No hay evidencia científica de que este magnífico ejemplar recurra a la transdiferenciación para regenerarse, pero está más que probado que su olfato depredador mejora cada año, y tiende al infinito. A punto de los 35, el Zorro Aduriz merodea el área contraria pegando zarpazos dignos de león y, de seguir a este ritmo, acabará la temporada con tantos goles marcados como años cumplidos.

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El domingo volvió a regalar una clase magistral de remate a portería con la que se sitúa a la par de las megaestrellas del circo futbolístico mundial, al tiempo que ayudaba a convertir el complicado encuentro contra el gran Eibar de Mendilibar en una goleada.

Como si quisieran responder a las acusaciones de fragilidad, el Zorro y sus compañeros se sobrepusieron al gol inicial de los armeros con fe y, sobre todo, con acierto. El espectacular gol del empate, con una volea que solo se atreven a intentar quienes se creen capaces de todo, permitió que los rojiblancos se sobrepusieran al tanto de Borja Bastón. Y el segundo e inapelable gol del protagonista de El curioso caso de Aritz Aduriz permitió recuperar la tranquilidad después de que los eibartarras hicieran el 3-2 por medio del enésimo penalti discutible señalado a Laporte.

A diferencia de la medusa, este zorro no solo se regenera con el paso del tiempo, sino que cada vez se adapta mejor y va evolucionando hasta convertirse en un ser vivo más completo. Humilde y trabajador como pocos, quizá más ambicioso que todos juntos. Todavía le faltan por pulir detalles, como la mala leche y el gusto por la bronca. Hay quien dice que ya no tiene edad para cambiar ciertas cosas, pero a la vista de su capacidad para transdiferenciarse, es posible que le quede tiempo para acabar convirtiéndose en el futbolista perfecto.

Inmortal, premios aparte, lo será para siempre en el que ha sido su hábitat natural. Ese al que siempre ha luchado por volver, para acabar triunfando. La pradera de San Mamés. La madriguera del zorro.

 

 

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Un equipo frágil

Frágil
Del latín fragĭlis.
1. adj. Quebradizo, y que con facilidad se hace pedazos.

2. adj. Débil, que puede deteriorase con facilidad.

Tras el varapalo del Camp Nou, la duda era qué Athletic comparecería en el segundo asalto de este encuentro triple con el Barça. Si los rojiblancos se revelarían un equipo timorato y deprimido, como un conjunto rabioso e impotente o como un grupo fuerte y valiente. Pero no hubo una única respuesta, sino tres. Porque los de Valverde fueron ayer las tres cosas a la vez. Pero sobre todo, se mostraron como lo que son: un equipo terriblemente frágil.

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Tanto Txingurri como sus hombres entendieron bien lo que —más allá del sueño de eliminar a los culés— quería la hinchada: ver a un equipo bravo y audaz del que poder sentirse orgullosos al margen del resultado. Es decir, la misma exigencia (y casi la única) que San Mamés lleva expresando más de un siglo.

Y así fue. Los primeros 18 minutos fueron una delicia para la grada. Los bilbainos salieron a toque de corneta, con una presión fuerte arriba que incomodó sobremanera al Barça. Las cosas pintaban bien, aunque faltó mordiente arriba (Eraso no es un futbolista nacido para merodear el área rival, por mucho que el entrenador se empeñe) y contundencia al ser superados para sacar algo positivo de esos minutos en los que el Athletic hizo honor a su mito.

Pero un tremendo desajuste defensivo —en el que seguro que Lekue volvió a preguntarse qué ha hecho un debutante como él para que le condenen a jugar una y otra vez en la banda donde se siente tan incómodo— acabó en gol de Munir, y saltaron los plomos. En el 24’, el Etxeita irreconocible de 2016 repitió la jugada del Camp Nou y volvió a combinar un error propio con el del portero para regalar el 0-2. Y entonces se vio otro Athletic. El timorato, tocado y seguramente hundido, apabullado y rendido.

Ya en la segunda parte, a medida que pasaban los minutos, esa versión triste dejó paso al tercer yo de los rojiblancos. La impotencia se convirtió en una rabia mal encauzada que provee de argumentos a la maquinaria propagandística blaugrana, empeñada a presentar a los bilbainos como un equipo de sanguinarios matones.

Y estos les dieron la razón en ese segundo acto, con entradas totalmente fuera de lugar. Sobre todo, cuando en los primeros 20 minutos de presión no habían hecho una sola falta entre los premeditados fingimientos y protestas de Busquets, Iniesta, Neymar y cía que luego emularían Williams y Muniain.

En ese sentido, el Athletic es como ese niño noble y tontorrón de buenas intenciones, que cuando entra en el juego sucio se acaba llevando todas las broncas y la mala fama. No tiene experiencia ni madera para ser el listillo ni el duro de la clase así que cuando lo intenta sale perdiendo siempre, sin sacar provecho alguno de esas malas artes.

Dentro del equipo hay excepciones, como el camorrista Aduriz o el recién llegado Raúl García, que son de los que se pasan de la raya constantemente. Pero al mismo tiempo son los únicos del equipo —quizá también Mikel Rico o un De Marcos que últimamente es lo más parecido a un capitán que hay sobre el campo— que dan sensación de hechuras suficientes para no venirse abajo a las primeras de cambio.

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Porque esa es la sensación que transmiten los rojiblancos desde hace varias temporadas. La de ser niños compitiendo contra hombres, incapaces de enfrentarse a la adversidad. Si acaso, de vez en cuando montan una rabieta estéril. No había más que ver al capitán ayer, Susaeta. Cabizbajo y hundido, esfuerzos sin sentido, la cabeza en otra parte. Y así, uno tras otro, enfadados como Laporte, perdidos como Iturraspe, desnortados como Etxeita o pendientes de caerle bien a Neymar, como Williams. Un equipo con una preocupante falta de personalidad y fe en sí mismo.

Y no es cosa de los 25 que están ahora. Viene de años atrás. Y, casualidad o no, los que más entereza demuestran o vienen de fuera de Lezama, o han tenido que ganarse las alubias lejos de Bilbao. Quizá haya que reflexionar sobre ello, más allá de esta eliminatoria. Porque la fragilidad de este equipo es un lastre fatal.

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El partido más corto del año

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ACTO PRIMERO: De cómo el héroe roza la hazaña con la punta de los dedos

Se lleva un minuto de juego. Piqué comete un error infantil y pasa sin mirar. Muniain, gracias al planteamiento valiente de Valverde de ahogar al Barça arriba con sus propias armas, roba el balón, y cede a Eraso. El medio, con Bravo fuera de la portería, hace un buen movimiento, pero la tira arriba. De Marcos no se lo cree: estaba absolutamente solo para haber marcado el 0-1. O, quién sabe, para que un defensa de los que estaba bajo los palos hubiera parado el tiro y provocado un penalti y expulsión en el minuto 1. El partido, por lo menos, promete emoción por parte de un Athletic quijotesco que sale a por todas.

ACTO SEGUNDO: De cómo la Fortuna le castiga con la peor de las calamidades

Pero es eso, un espejismo, o quizá un sueño. Bravo saca de puerta. Balón largo: Etxeita confía en Iraizoz. Este, fiel a sus costumbres, se queda a media salida y Suárez, el más listo de la clase, les gana la partida. Penalti y expulsión. Nunca sabremos si  Matéu Lahoz hubiera actuado igual en el área contraria o hubiera apreciado falta del delantero. En cualquier caso, todo se acaba. Se vienen abajo los planes, el trabajo de la semana y, sobre todo, el ánimo. Un gol en contra, y 87 minutos  por delante para jugar con uno menos, en el Camp Nou y contra este Barça sí que son ‘molto longo’.

ACTO TERCERO: De cómo el héroe vaga como alma en pena

De ahí al final, hundido en la miseria, no hay ni siquiera aspirante a héroe. Los leones no saben si luchar hasta el final a tumba abierta para, al menos, pegar un zarpazo, o si minimizar los daños de cara al miércoles. En la tele, Michael Robinson se empeña en acusar a los rojiblancos de indolentes y les niega cualquier excusa ante el vapuleo azulgrana. El corazón pide esfuerzos gratuitos y dejarse la piel, pero la cabeza invita a pensar en la Copa. Difícil elección. Sobre todo, porque el daño anímico del 6-0 puede lastrar tanto como el cansancio o las lesiones.

Este es el guion del partido más corto del año. Duró exactamente tres minutos, ni un segundo más, ni un segundo menos.

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ACOTACIONES PARA LECTOR

Primera: El juez estrella Matéu Lahoz, lleva siete años en Primera y ha pitado siete partidos entre Athletic y FC Barcelona. Undiano Mallenco, por ejemplo, lleva 15 años en Primera y el rival ante el que más veces ha arbitrado a los bilbainos es el Real Madrid (5 veces en 15 años). ¿Por qué Matéu es el elegido para los Athletic-Barça una y otra vez? ¿No hay más árbitros?

Segunda: El denostado Juanma Lillo decía acertadamente que en el fútbol no hay que entrenar o trabajar la posibilidad (es decir, intentar estar preparado para cualquier cosa que pueda pasar en un partido), sino la probabilidad (centrarse en responder a aquellas cosas que pasan más a menudo). Siguiendo esta tesis, y mirando los fríos datos, tal vez el Athletic debería plantearse ir a los partidos de Camp Nou y Bernabéu para probar a los jugadores menos utilizados y aprovechar para dar descanso a los titulares.
El ratio puntos conseguidos/secuelas es demoledor: en lo que va siglo XXI, los rojiblancos han conseguido 8 puntos de 96 posibles (dos victorias y dos empates en 32 partidos), con 107 goles en contra y 25 a favor (una media de casi 4-1 por partido).
Obtener esa pírrica recompensa en forma de puntos ha costado ver una tarjeta roja (y un penalti) cada tres partidos, además de un buen número de amarillas que acarreaban suspensión y varias lesiones, como aquel cruzado de Orbaiz en el Bernabeú.
Si a eso sumamos el desgaste emocional que suponen estas goleadas y las acusaciones que se vierte en cierta prensa tras estos partidos parece que se paga, en definitiva, un precio demasiado alto en forma de sanciones, lesiones y golpes psicológicos para sacar una victoria y un empate de cada 16 intentos.

Tercera: Lo bueno del fútbol, como decía Bielsa, es que la oportunidad para desquitarse, para redimirse, para olvidar lo amargo de la derrota, no se hace esperar. Ni más ni menos que el miércoles, ante el mismo rival, pero en un escenario bien distinto. Una auténtica prueba para el carácter de este grupo (y el de su entrenador). El miércoles veremos si son un conjunto frágil que se desmorona, apabullado por el 6-0, o sale timorato a verlas venir; si son un equipo volcánico pero descabezado que convierte sus ganas de revancha en rabia e impotencia inútiles; o si, por fortuna, son un grupo fuerte, capaz de hacer borrón y cuenta nueva y ofrecer lo que parecía que iban a mostrar antes de la expulsión de Iraizoz: valentía y ganas de ganar.

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Juicio a Laporte

Que Laporte va de sobrao es evidente. Ayer, y no es la primera vez, ese exceso de confianza o esa falta de humildad le pasaron factura. Dos errores garrafales en la salida de balón —uno acabó en gol, el otro casi en penalti y expulsión— y un desafortunado gol en propia meta le señalaron —como en Eibar— como el culpable de la derrota. Para colmo, evitó un postrero y estéril gol del Athletic sacándolo cuando entraba en la meta del Granada.

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El señalamiento, como el 99% de las veces en el fútbol, es terriblemente injusto. Se le podrán pedir explicaciones, exigir un cambio de actitud y pegarle una bronca de aúpa, pero la derrota de ayer no puede ser culpa de Laporte. Como la derrota ante el Madrid no fue culpa de San José. Es cierto que los errores de ambos hicieron mucho daño anímicamente. Pero ante los blancos, y sobre todo ayer en Granada, se perdió porque los once hicieron un partido muy por debajo de sus posibilidades. ¿Qué tal jugaron Beñat, San José, Balenziaga, Susaeta o Raúl García, por nombrar a unos cuantos?

Porque Laporte va de sobrao. Pero es que casi siempre, efectivamente va sobrao. A su edad, tiene unas condiciones físicas y técnicas al alcance de muy pocos defensas en toda Europa. Aunque que esa soberbia le juegue malas pasadas.

Y aunque probablemente —es más, seguro— creerse tan bueno como para no escuchar esté limitando su crecimiento como futbolista. (Tan cierto como que a otros  —pensemos de nuevo en San José, o en Susaeta— lo que parece limitarles es precisamente su falta de confianza)

lap2Pero no es menos cierto que el descaro y la seguridad en sí mismo que derrocha el francés le dan, en el balance global, muchas cosas positivas al equipo. Cosas que el siempre correcto Etxeita jamás podrá aportar. Por eso no deja de sorprender que una afición que presume de entendida sea tan volátil como para aplaudir a rabiar las arrancadas y el descaro del 4 cuando salen bien, y al mismo tiempo lo despelleje cuando tiene un mal día.

Probablemente —es más, seguro— se deba a que San Mamés siempre ha entendido mal la chulería. La hemeroteca está llena de historias de desencuentros de la afición con los jugadores más soberbios. Por eso se juzga a Laporte con una severidad que nunca sufrirían jugadores como San José o Iturraspe, por mencionar dos con cierta tendencia a cometer errores de este calibre.

Probablemente, —es más, seguro— detrás del enfado con Laporte esté también el ruido mediático generado en la última semana por su cambio de representante. El central ha dejado al turbio Jorge Mendes y ha puesto su carrera en manos del exbarcelonista Carles Puyol. Muchos han corrido a ver detrás de este movimiento un “guiño” al Barça, y han acusado a Aymeric de estar planeando su salida.

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No hay que remontarse muy atrás para recordar cómo acaban en el Athletic las especulaciones, los juicios sumarios y los culebrones sobre posibles huidas. Mal haría la hinchada en prejuzgar las intenciones de un futbolista que, hasta el momento, el único guiño que ha hecho a un club ha sido al Athletic, renovando y aumentando la cláusula de rescisión año tras año, como decía Iker Martínez.

Y desde luego, resulta difícil de creer que con Puyol haya más posibilidades de que Laporte intente salir del Athletic de manera torticera que las que había cuando el que negociaba era Jorge Mendes.

Es más, uno solo alcanza a ver cosas positivas en el hecho de que Aymeric tenga como agente al perfecto exponente de lo que debe ser un defensa y un deportista, en el campo y fuera de él. Pocos espejos mejores. Con suerte, Puyol conseguirá bajarle un poco los humos. Seguramente le explique que niñerías como bloquear a quienes le critican en Twitter sobran y le insista en que, paradójicamente, hace falta un poco de humildad para aprender a ser el mejor. Porque condiciones tiene.


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